miércoles, 12 de julio de 2017

Tú, tú, tú, tú.

Quisiera poder borrar los últimos dos años de mi memoria y no recordar las canciones que cantamos ni el agua con la que nos bañamos, las noches que pasamos juntos y todas las tardes que pretendíamos estudiar.

Quisiera arrancarme del pecho la decepción que sentí las últimas mañanas que te esperé y nunca llegaste. La única carta que te escribí y, con la cual, por última vez de mí te burlaste. Las ganas que siento de llamarte y que he sentido los últimos cuatro meses. 

Estoy en la ciudad a la que temía que te acercaras (no sabía que mi amenaza más grande se encontraba cientos de kilómetros más cerca de casa.) Te recuerdo casi todos los días, cuando camino por las calles del centro, por las plazas y aun dentro de la Universidad. Me imagino tu figura caminando los mismos pasos...

Y me he pasado más tiempo del que debería pensando en qué es lo que siento por ti, tratando de comprender y acomodar mis sentimientos. No lo tuve claro durante los dos años que estuve contigo y, ciertamente, me siento igual o más lejos de saberlo.

Considero que no mereces que te escriba una vez más, sin embargo a veces creo que te mereces que deje un recuerdo de mi viaje en tu casa. Sé cuanto te gusta el chocolate típico de esta ciudad y me he sentido tentada en decenas de ocasiones a comprarte unos ejemplares, pero luego recuerdo la razón por la que los conociste y toda buena intención se escapa de mi alma. 

Me he cohibido, cual si fuese mi estado natural, me he cohibido todas las veces que he pensado en cumplir tu última demanda, porque aún en momentos siento la obligación de satisfacer tus deseos. He huido de mi falsa responsabilidad en todas las ocasiones que se me ocurre armar un paquete con tus cosas para dejarlo caer por tu ventana. 

Quiero contarte que pasé por tu casa un día, con paso lento y ojos vidriosos y, Dios, pedía que estuvieras allí con todas mis fuerzas, te visualizaba abriendo tu puerta discretamente, sin hacer mucho ruido para meter clandestinamente a tu nuevo amor, como solías hacerlo conmigo. Y no me importó imaginarte con ella, como tampoco me hubiera importado que mi visión se volviese realidad; yo solo quería correr a tus brazos y soltarme a llorar, justo como lo sigo queriendo en este momento. 

Nunca me trataste con respeto, nunca con dignidad. Y aún así, quiero que estés aquí, fingiendo que me puedes amar. 


Dení Araoz

22/Junio/2017